Al igual que en muchos otros países de América Central, se ha instaurado en el imaginario nicaragüense la idea de que la presencia de africana es exclusiva del Caribe, mientras que el resto del país se caracteriza por el mestizaje que resalta lo indígena y lo europeo. Este discurso promueve una homogeneidad racial y cultural en los diferentes territorios del Caribe, que no solamente niega visibilidad a los indígenas que reivindican su cultura, sino que también ignora la presencia africana desde las primeras décadas de la Colonia. Es innegable que, las raíces culturales que dieron origen a la población centroamericana contemporánea, se encuentran fuertemente arraigadas en los grupos africanos, indígenas y europeos.
El primer grupo esclavizado en América fue el indígena y durante las primeras décadas del período Colonia, Nicaragua se configuró como uno de los más importantes proveedores de indígenas esclavizados hacia Panamá y Perú. Para el período entre 1536 y 1540 se reportan más de veinte barcos transitando periódicamente entre El Realejo, Nicoya, Panamá y Perú, cargados con al menos cuatrocientos indígenas sometidos a la esclavitud. Cuando la Corona Española decide ponerle fin a esta práctica, quedaban únicamente entre diez mil y cincuenta mil indígenas en Nicaragua. A partir de este momento se recurre al tráfico transatlántico de personas para suplir las necesidades de mano de obra en Nicaragua. Desde 1540 se reporta el traslado de africanos y africanas hacia las minas de oro y plata, incluyendo Segovia, donde los indígenas aún se resistían y rebelaban ante el orden español.
Los primeros africanos llegaron a Nicaragua como personal de servicio de funcionarios civiles y eclesiásticos, y aunque continuaron llegando a lo largo de los años ya para el siglo XVII la mayoría de personas esclavizadas habían nacido en Nicaragua y eran mulatos, negros y pardos, todos afrodescendientes . Durante el siglo XVII, los españoles desarrollaron un sistema mediante el cual se le otorgaban tierras en las zonas fronterizas hispanas a los negros y mulatos libres, en la costa Caribe. Para el tercer cuarto del siglo XVIII el número de afrodescendientes se había incrementado hasta convertirse en la población mayoritaria, superando numéricamente a la población indígena. Vivían en los pueblos de indígenas, en las ciudades y en las villas de los españoles ocupándose de labores domésticas o trabajando como carpinteros, albañiles, mercaderes o porteros. Hacia finales de la Colonia muchas familias se instalaban en forma dispersa en grandes terrenos de los valles, o vivían en las ciudades ejerciendo sus oficios, como fue el caso del pintor pardo José Vásquez, oriundo de Rivas, o del afromestizo Gabriel de Mejía, el único platero de Masaya.
En 1651 el Gobernador de la Provincia de Nicaragua, el Capitán Don Andrés Méndez de Arbieto y Ozaeta fundó cuatro pueblos mestizos y mulatos junto a las principales ciudades coloniales. Estos poblados corresponden a San Felipe de Austria en la ciudad de León, el cual más tarde se convirtió en el barrio San Felipe; el pueblo de Santa María de Haro, fundado en Granada; el pueblo de San Andrés de Arbieto, el cual se fusionó más tarde con la Villa El Realejo; y el pueblo de San Juan de Esquivel en Nueva Segovia. Para 1752 el 60% de la población de Rivas estaba compuesta por afrodescendientes, quienes controlaban la cuarta parte de la producción de cacao. Alrededor de la misma época el 20% de la población de Santa Ana, Chinandega, era mulata, alcanzando un 36% en Chichigalpa, un 25% en Nuestra Señora El Viejo, y un notable 80% en El Realejo. El Realejo fue el principal puerto en el Pacífico nicaragüense y para 1740 los trece calafates que laboraban allí eran afrodescendientes. Además, diez de ellos eran propietarios de viviendas, cinco de platanares y dos de hatillos. En la región de Granada para 1790 había al menos ocho mil cuatrocientos afrodescendientes libres y cien esclavizados. Muchos de ellos ejercían puestos esenciales en las milicias dedicadas a la defensa y al mantenimiento del orden público en las diferentes ciudades y pueblos de la Nicaragua Colonial.
Ascendencia social de los afrodescendientes
Dentro del sistema Colonial español fue posible crear espacios para la movilidad social de los afrodescendientes, especialmente en los casos en que existían lazos familiares reconocidos con españoles, en los que el trabajo y habilidades aprendidas durante el periodo de esclavitud fueron valorados, o mediante la adopción de costumbres españolas. Un claro ejemplo fue el de Manuel Molina, pardo oriundo de San Miguel en El Salvador, quien en 1776 fue nombrado Contador de Diezmos en la Catedral de León. Este nombramiento fue aceptado dos años después tras la deliberación del cabildo de la Catedral de León. El caso más llamativo de ascenso social fue el del afro mestizo Dionisio de la Cuadra, nacido en Granada en 1774 como hijo de padre español y de madre mulata libre, y quien con permiso de la Corona Española se le otorgó el puesto de notario durante los días finales de la Colonia. Dionisio de la Cuadra se casó con Ana Norberta Lugo, también afro mestiza, y ambos fueron padres de José Vicente Lugo (1812-1894), quien fue presidente de Nicaragua entre los años de 1871 a 1875.
Las milicias de mestizos y pardos
La presencia de afrodescendientes dentro de las milicias fue importante desde la segunda mitad del siglo XVII, sirviendo en la defensa de las ciudades y de las fronteras de la provincia de Nicaragua. Dado que el pago por el servicio militar era muy reducido, los milicianos ejercían además como carpinteros, albañiles, barberos, sastres, cocheros, o en la siembra de pequeñas parcelas. El rango más alto conferido a los afrodescendientes dentro de las milicias era el de capitán, aunque no se otorgaba con frecuencia. A este rango le seguían el de alférez, teniente, sargento y cabo de escuadra, los cuales sí se conferían en mayor proporción.
Las compañías de las milicias de negros, mulatos, pardos y mestizos, estaban a cargo del cuido y la defensa las fortificaciones del Castillo de la Inmaculada Concepción, y de las fronteras de la provincia de Nicaragua hispana colindantes con el territorio de la Mosquitia, sitio de tensiones imperiales con el Reino Miskitu y los ingleses. Igualmente integraban las guarniciones que fueron establecidas en las ciudades de León y Granada. Para 1658 había en León dos compañías de infantería y una de caballería conformada por ciento cincuenta hombres afro mestizos. Ya para 1752 había nueve compañías de infantería y dos de caballería en León, con un total de mil trescientos milicianos, quienes eran mayoritariamente mulatos. Durante el año de 1685 había también compañías en Granada, aunque al momento no se conoce el número de milicias ni de milicianos que las conformaban. Para mediados del siglo XVIII había además milicias de mestizos y mulatos en Telica, Managua, Masaya y Nandaime.
El barrio San Felipe, en León, fue creado como un barrio segregado para la población afrodescendiente, que se convirtió en el centro de la milicia parda durante el siglo XVII. Los líderes de la milicia fueron activos a nivel político, tanto en el barrio como el toda la provincia de Nicaragua. Uno de los casos que sobresalen fue el de Antonio Padilla, capitán de las compañías de pardos y líder de dos rebeliones en el siglo XVIII. En 1725 se da el primer levantamiento contra le nombramiento de don Vicente Luna y Victoria como el nuevo Maestre de Campo, pues este amenazaba a las milicias con enviarlos a trabajar a los repartimientos de indígenas. El amotinamiento de la milicia se concentró en la plaza del barrio San Felipe hasta que decidieron deponer sus armas. Más tarde, en 1740 Padilla se levantó contra el sargento mayor Antonio Lacayo de Briones, cuando se negó a presentarse a la ceremonia de posesión de este. Días después, se le brindan municiones a todas las compañías de milicias menos a la Padilla, lo que resultó en el retiro y levantamiento de toda su tropa. Más tarde, Padilla fue capturado, ejecutado y descuartizado, como una forma de escarmiento público. Dado que esto no puso fin a la defensa de sus derechos por parte de las milicias de pardos y mulatos, el gobernador termina reemplazando a dos de sus capitanes, Melchor Toruño y José Pérez, por sustitutos españoles.
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